Aceptar NO es…

 

Aceptar NO es «aguantarse» con lo que hay y punto, aceptar NO es tener una actitud positiva siempre, aceptar NO es sólo «llevarlo bien» y poner una sonrisa.
Es genial eso de tómatelo con humor y con actitud positiva, pero muchas veces no es real, sino que contenemos las emociones que hay en el fondo. Evidentemente, lo hacemos como podemos y lo mejor que sabemos, pero si has tenido recientemente un aborto, te han diagnosticado una enfermedad, estás en crisis personal, te has separado, ha fallecido un ser querido, etc. no es real que pongas una sonrisa y lo tomes con humor.

Aceptar es tomarte un tiempo para escuchar esas emociones, atenderlas y darles un espacio de expresión. Aceptar también es llorar, es pegar puñetazos sobre un cojín, aceptar también es quedarte el domingo entero triste sin ganas de hacer nada, porque es lo que te está pasando aquí y ahora. Y poniendo mucha conciencia en que TODO pasa, que TODO cambia, que nada es permanente, deja que esas emociones se vayan al cabo de un ratito, y pasas a hacer otra cosa, a recordar quién eres. Como si te cayera un chaparrón, te mojas, te limpias y luego poco a poco te secas y pasas a otro estado.

Aceptar es ser amable con lo que me está pasando de verdad. Aceptar es no pelearme con lo que necesito, con los cambios necesarios ahora, no pelearme con lo que siento, no juzgarme ni exigirme hacerlo más rápido o perfecto. Y aunque sepa qué necesito y qué es lo que toca ahora en mi vida, el hecho de permitirme las emociones que siento no quiere decir que lo esté haciendo mal, ni que de un paso atrás, al contrario, estoy limpiándome, permitiendo que mi cuerpo y mi ser completo integre los cambios, las situaciones duras, los aprendizajes y es así como crecemos realmente.

Al fin y al cabo…aceptar es amar… Amarte, a ti y a la vida. Amarse es dejarse SER, dejarse en paz.

¿Por qué es importante trabajar con el cuerpo en psicoterapia?

                

Sigmund Freud, padre de la psicología, creador del psicoanálisis tuvo muchos discípulos. Entre ellos estaba Wilhelm Reich, quien se dio cuenta de que los pacientes tras un periodo de terapia psicoanalítica en el diván, se recuperaban, pero al tiempo volvían a recaer en los mismos mecanismos y síntomas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el cuerpo contiene memorias del inconsciente, y que por mucho que la mente entienda, el cuerpo sigue teniendo conexiones antiguas, mecanismos automáticos aprendidos, condicionados, y que son inevitables si no los trabajamos directamente.
Una de los reflejos aprendidos que todos tenemos desde pequeños es dejar de respirar con toda nuestra capacidad pulmonar. Esto es provocado por los miedos. Desde pequeños aprendimos esto para quizá sentir menos dolor, no darnos cuenta de algunos malestares que eran insostenibles en algunos momentos, y eso que se adquiere de pequeños se queda para siempre si no lo trabajamos. Pasa a formar parte de nuestra coraza protectora.
Esta coraza es la que Reich llama «coraza muscular» o «coraza caracteriológica», y está formada por tensiones musculares y reacciones del sistema nervioso autónomo. Ejemplo de ello son contracturas musculares crónicas (aunque no duelan), ponerme rojo/a cuando hablo en público, taquicardias al escuchar una discusión entre dos personas, ponerme tenso/a cuando me abrazan, etc.
Al fin y al cabo son bloqueos que se quedan anclados en el cuerpo, y por mucho que la mente entienda, siguen ahí.
A través de la terapia bioenergética de Reich, podemos desbloquear estas zonas a través de ejercicios específicos para cada zona que tengamos bloqueada. Según la persona, su vida, su momento, sus traumas, su personalidad, puede tener más bloqueo en una zona o en otra. Se trata de ejercicios de vibración, posturas de apertura, descarga de tensiones y otras para tomar conciencia corporal, con el objetivo siempre de abrir y aflojarnos. De este modo podemos sentir la vida con mucha mayor verdad y plenitud.